El desierto despertó hablando otras lenguas,
el idioma de las aves, los insectos, las flores.
Cuando era piedra y arena, era silenciosa,
no respiraba y caminaba encogida de hombros,
con trapos desgastados, desolada,
con el pecado de la sed a cuesta y sin reloj.
Su cuerpo se habitó de vibraciones y aromas
y recordó que alguna vez mendigó agua
para refrescar su piel árida.
Atrás queda la tristeza y los días de lectura
para dar paso al silencio que se
convierte en ropas coloridas, en pasos,
en hojas frescas, en murmullos húmedos,
en cojines mullidos.
2 comentarios:
Hermosas letras, huelen a fragancia.
Excelente publicación, un gusto visitarte.
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